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Turismo y visita a la Isla Margarita y Porlamar

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Isla de Margarita

Isla Margarita, el destino turístico más codiciado del Caribe

De entre todos los lugares posibles, la isla de Margarita, prodigio de bondades geográficas y climáticas frente a las luminosas costas de Venezuela, se ha convertido en el arquetipo de ese sueño occidental, tan persistente como fatuo, edificado sobre exóticos paraísos naturales colmados de sol y playas. “Escápese del invierno y venga al Caribe”, reza el anuncio que solemos ver en la televisión allá por el mes de diciembre cuando, ya cercana la tregua navideña, nos volvemos particularmente receptivos a la tentación que propone el mensaje de marras, envuelta -¡cómo no!- en lánguidas imágenes tropicales de seductora belleza. La isla Margarita es, hoy por hoy, y por derecho propio, el destino estrella del turismo internacional en el Caribe, incluso en los momentos actuales en los que Venezuela, tras la muerte de Chávez, pasa momentos difíciles.

 

Encantos de Isla Margarita

¿Qué es lo que hace a más de un millón de personas al año coger un avión en busca de un mismo destino? ¿Qué poderosos encantos, qué misterios, qué insólitas bellezas convierten a Margarita en el imán succionador de tantas ilusiones? Algunos sostienen que la luz que ilumina la isla es el secreto. Otros atribuyen la mayoría de sus atractivos a su situación tropical. Para Yuleisi, dependienta en una tienda de la avenida Santiago Mariño, en Porlamar, donde se exhibe la última colección de Levi’s importados de Miami, la respuesta es sencilla: “Por las compras libres de impuestos, señor”. En cuanto a Nelson, gerente del Hyppocampus Resort en Pampatar, “Lo importante es la cantidad y calidad de los servicios; la gente que viene a hacer turismo en Margarita descubre que es un lugar idóneo para ello”.

 

Seguramente podríamos coleccionar muchas más opiniones al respecto, ninguna carente de validez. Lo cual sólo evidencia una cosa: que Margarita, como vigoroso corazón del turismo caribeño, va más allá del típico y previsible combinado de sol y playa. A sus grandes ciudades portuarias, ribeteadas de complejos hoteleros de lujo, hay que sumar la región casi virgen de la península de Macanao y el istmo de La Restinga, con su laberinto de manglares. El pasado colonial revive en castillos e iglesias que se alzan por doquier y el trópico se hace presente en la vegetación generosa de tierra adentro, subiendo por las faldas del cerro El Copey al encuentro de las nubes. Por lo demás, cualquier intento de explicar lo que acontece cada año en este recinto de paz -aquí no hay cárceles; los margariteños viven al margen de las iniquidades del mundo-, cuyos 250.000 habitantes se desparraman por sus cerca de 1.000 kilómetros cuadrados de tierra consentida por el mar, parece condenado al fracaso.

 

Porlamar y el buceo en Margarita

Hasta 1975, año en que el gobierno venezolano decretó la liberación de aranceles portuarios, Margarita era poco más que un sencillo enclave pesquero. Célebre, eso sí, desde los tiempos de la conquista española, cuando los colonizadores descubrieron sus perlas y quedaron hipnotizados por la generosidad de sus fondos marinos. Las crónicas de la época afirman que algunos ejemplares eran del tamaño de huevos de paloma. Desde entonces, la isla retiene el apodo de “Perla del Caribe”, tanto por las ostras que aún abundan en sus aguas como por la blancura de sus arenas, manifiesta en esos 167 kms. de playas que configuran parte de su litoral. Margarita, junto a sus dos islas vecinas, Cubagua y Coche -asimismo perleras- conforma el actual estado venezolano de Nueva Esparta.

 

Porlamar, fundada en 1536 por el cura Francisco de Villacorta, es la ciudad más populosa de la isla. Su condición de puerto libre la ha convertido en el centro del comercio y, por consiguiente, de las apetencias de ese sector turístico que pasea por sus dos grandes avenidas, la Santiago Mariño y la 4 de mayo, a la caza y captura de productos importados, en conflicto permanente con sus tarjetas de crédito. La mayoría, a falta de criterio previo, busca cualquier cosa: ropa interior francesa, queso holandés, chocolate suizo, caviar iraní, carteras italianas, trajes hindúes y licores de todas partes. A la caída del sol, la actividad comercial continúa en los puestos ambulantes del bulevar María Guevara; bastantes pertenecen a libaneses convencidos de las ventajas de vender a bajos precios y sin vidrieras. Y, por fin, el encendido de las luces anuncia el comienzo de las diversiones nocturnas: discotecas, restaurantes, centros de espectáculos artísticos y juegos “lights” -los casinos están prohibidos- confieren a las noches de Porlamar un acento cosmopolita único en la isla.

 

Para los aficionados a las zambullidas en el mar, la decisión difícil llega a la hora de elegir playa. El problema es que al primer golpe de vista todas resultan excelentes y ninguna es menos apetecible que la vecina. Las de la costa oriental forman legión y, por tanto, dicha costa constituye el objetivo prioritario de los bañistas. Muy cerca de Porlamar, playa Moreno y playa El Ángel ofrecen horizontes oceánicos y un oleaje continuo; su cercanía con las zonas hoteleras de lujo las hace muy aptas para quienes buscan los buenos servicios y la comodidad. Más al norte, playa Guacuco, asimismo ancha y abierta pero de olas más suaves, es ideal para el baño en familia. Finalmente, playa El Agua, es la más concurrida de la isla; sembrada de cocoteros dispuestos en varias filas, suele congregar a los fanáticos del culto al físico, lo que la hace ideal para admirar esos cuerpos caribeños perfectos, los de ellos y ellas, bronceándose al sol y comprobar, de paso, que no son producto de las fantasías propagandísticas.

 

La costa oeste de Isla Margarita

Juangriego atrae a los visitantes por sus espectaculares puestas de sol, unos crepúsculos plenos de matices que hermosean hasta lo indecible su amplia y tranquila bahía. Famoso antaño por las historias de aguerridos patriotas que defendieron su fuerte, famoso hoy por las postales donde las rojas tonalidades de su cielo en los atardeceres quedan congeladas, Juangriego conserva en sus viejas casas coloniales el encanto de lo añejo y en sus habitantes la taciturna serenidad de los pescadores y hombres de la mar.

 

Algo ofrece Margarita que nadie ha podido explicar. Algo que sedujo sin remedio a los conquistadores españoles cuando alcanzaron estas tierras insulares. En ellas, aparte de las perlas, no encontraron ni pantanos, ni pestes, ni el cielo encapotado, ni piedras en las playas, ni la violencia de los acantilados. Hoy, al alejarse por mar o por el aire, cuando el recuerdo es aún fresco, muchos confiesan revivir el sueño del paraíso, que cada cual sitúa en un rincón distinto de la isla; un paraíso hecho de luz, silencios y transparencias azules, tres cosas que, como pregona Efraín Subero, el fino poeta margariteño, “uno se lleva en el alma, con la seña premiosa del adiós y se fijan como una obsesión en la memoria.”




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